miércoles, 9 de mayo de 2012

En público...


La primera vez que me encontré en una situación igual a esta, fue en los años setenta, en la escuela del pueblo donde nací.
Estaría en primero, o segundo grado, cuando la maestra cariñosamente, me pidió que pasara al frente, y leyera las palabras que estábamos aprendiendo del libro.

Erguida de orgullo y con voz cándida, me enfrenté al resto de mis compañeros y dije ampulosamente: -Lluvia.

Levanté la vista de la lectura y sonreí feliz, sólo para descubrir la mirada desaprobadora de mi jueza.
- No. No es “yuvia”.-me corrigió con claras señales de haber esperado algo mejor de mí. -Lee bien.-

Volví a mirar las letras con cuidado.
Si, decía “lluvia”, hasta estaba dibujado un paraguas, y las líneas cortadas, con las que se expresan las gotas.
Me confundí, levanté la vista y volví a decir tímidamente: lluvia.
El intento no dio resultado. Casi enfurecida, caminó desde el fondo del aula, y se puso a mis espaldas.
-Se pronuncia “liuvia”, no “yuvia”.- Dijo enérgicamente. -Repetí. “Liuvia”.-

Traté de hacer mi mejor esfuerzo, pero de mi boca salió el mismo “lluvia”, que había aprendido de mi familia; que usaban los vecinos del barrio; el que hasta ahora servía para describir, un simple suceso climático, en el mundo donde habitábamos.
La maestra volvió a insistir con gestos de enojo en todo su cuerpo.
Quería que pronunciara exactamente, como decía el libro.
Entonces reaccione, de la única manera que podía una niña de 8 años.
Me puse a llorar. Si, a llorar, como se hacía en mi pueblo, con “Y”.

Ejercicio para el curso de Oratoria, "Narrar una anécdota de infancia".